Me quité la remera y te bajé los
pantalones. Mi corazón palpitaba
rápidamente al sentir tu aliento recorrer todo mi cuerpo. Besos por doquier,
caricias viajeras y susurros ilusivos. Fue justo allí cuando entendí que el
tiempo se detenía, que ya no existía nada más que nosotros. No había pasado,
presente ni futuro, solo esa situación. Solo estabas vos desnudo e intensamente
cautivante. Fue justo allí cuando cada terminación nerviosa de mi ser cobró vida propia.
La habitación empapada de locura
y pasión. Los problemas, las complicaciones, las tristezas, las tareas, los
compromisos y el mundo del otro lado de la puerta. Ya no había nada, solo tu cuerpo junto al
mío. Dejamos la cama llena de sueños cumplidos, fantasías logradas. La sabana
cargada de nuestro perfume y la almohada rellena de amor pedido a gritos.
Llenamos ese pequeño espacio de
calor y de gemidos. Te apoderaste de mí y
me llevaste hasta el fin del mundo. Volamos, soñamos, gritamos y reímos.
Ya no vivía un yo separados, sino un juntos.
Colmamos la casa con nuestros recuerdos, recuerdos imborrables.