Sabías que nada en esta vida tiene lógica, pero aun así
buscabas que lo nuestro la tuviera. Necesitabas llenar esas noches vacías de
soledad, como yo necesitaba colmar todo mi corazón de caricias. Nada de lo
nuestro tenía explicación o algo coherente, lo cual no importaba. Solo
interesaba el amor y las ganas de sonreír esas tardes cálidas o de abrazarnos
en el invierno más frío de la década.
En vez de jurar querernos toda la eternidad, juramos no
lastimarnos nunca. No había amor o al menos el que hubo se extinguió una noche.
Desde ahí ya no debíamos saludarnos más, no había miradas inmortales o sonrisas
verdaderas. Y en este entonces, como en todos los momentos de la vida: Pasó el
tiempo. Se nos fue el tiempo de seducirnos, de permanecer el uno junto al otro,
de acostarnos bajo la luna, de encender un fuego y no apagarlo nunca. Perdimos la
percepción del tiempo y acá nos encontramos, alejados.
Nuestro amor no tuvo lógica y tampoco quise que la tuviera. Como
también, nunca pensé en su final o al menos no ahora. Asumí que la amistad iba a seguir, que el
estar juntos no iba a acabar. Pensé que íbamos a seguir acompañándonos, ayudándonos,
alegrándonos y atravesando los problemas juntos. Pero nada de eso será así.
Debemos decir adiós con una sonrisa en la cara y recordar
que nada de esto tuvo ni tendrá lógica.